Palabras
tatiana de la tierra
“Dame una palabra.” Rosana miró a su mujer que estaba fumando y revisando cuentas, esperando la respuesta. La luz de la mañana filtró por las cortinas de color melocotón, iluminando el diseño transparente que formaba el cigarrillo.
“Mi amor, tu quieres más que una palabra.” Tenía razón. Quería mucho más.
Su amante se rió mientras que hechaba humo mentolado y se quedó mirándola, manoteando papeles. Y le dió su palabra: “Puta.” Se la dió friamente y siguió fumando. La miraba como si estuviera viendo el noticiero de las seis.
Rosana se quedó ahí parada, consiente de cada detalle de su cuerpo mientras que recorría la palabra. Puta, putera, putear, putaísmo, putanero, putesca, hijueputa, hija de puta. Las putas se ponen pinta labios y exageran las respuestas. Las putas se dejan hacer cosas, prestan su cuerpo, entregan su voluntad y se dejan gozar. Las putas cumplen complaciendo. Las putas cobran. La putería es lo que más le gustaba a Rosana y su amante lo sabía.
“Ven acá.” Rosana no se movía. Le daba pena. Agarró la arandela de su camisa de dormir con los dedos, protegiéndose de esa mirada que la desnudaba. Sabía que le iban a dar lo que buscaba cuando pidió su palabra y tenía miedo. O más bien era timidez. Su amante insistió, pero esta vez era una orden. “Ven acá.” Eran no más que tres pasos, y con eso se situó al frente de su dueña, que la recibió entre las piernas todavía enpiyamadas de algodón azul claro.
Rosana sabía que no tenía control con esta mujer. Cuando se acercaba se le quería pegar y nunca moverse de su lado. Se derretía y se convertía en cualquier cosa instantáneamente. No tenía limites. Cuando estaba así de cerca lo único que se le ocurría era el deseo.
Su amante le acarició la parte trasera de sus piernas mientras que le hablaba, suavizándola. “¿Por qué te demoraste tanto en venir hacia mi?” Siguió con sus manos recorriendo las rodillas y los músculos hasta que llegó a las nalgas. “Quédate aquí mismito, mi amor.” Le hablo bajito con un tono cariñoso y juguetón mientras le alzaba su camisón rosado, exponiéndole el trasero. Las nalgas de Rosana estaban frías, blancas y abundantes.
Rosana abrió su culo al recibir el corrientaso de los dedos que la agarraban con pasión. Le cogieron las nalgas con fuerza, apretándolas y soltándolas como si estuviera esprimiendo un limón. Rosana soltó su pelvis mientras le acariciaba el pelo a su amante. Lo tenía despeinado, con los crespos negros todavía aplastados por la almohada. Vió las cuentas y la chequera tirada sobre la mesa de noche. Rozó su mejilla contra la pared fría, cerrando los ojos y sintiéndose enamorada.
Su pareja la dirigió con las nalgas hacia su cara. Le colocó el pubis por su boca, dándole besos. Eran besos como los que una mariposa le da a las flores en las tardes soleadas. Eran besos pequeños que brincan y alegran. Eran esos besos los que impulsaron a Rosana hacia su próximo paso, el de su putería propia. Con la inspiración de esos besos descartó la pena y timidez. Se preparó para hacer lo que le indicaba su mujer y responder de la manera que le nacía. No había nada más que hacer ni que pensar.
Su amante la agarró por los pezones, jalándola hasta el suelo.
julio de 1992, mayami
Publicación:
de la tierra, tatiana. “Palabras.” Viva Arts Quarterly Spring/Summer 1994: 16-19.