Chocolate

tatiana de la tierra

Se metía los m&m’s en la boca tres a la vez, dándole vueltas a la cáscara dura con la lengua hasta llegar a lo suave del chocolate. Ahí les daba más vueltas hasta que soltaran su leche dulce ya derretida, y en ésas los aplastaba contra el cielo de la boca, estregándo esa masa con su lengua ya agresiva. Después de chupar y tragar la última gota del chocolate en su garganta se metía tres más.

La bolsa se m&m’s que la mujer desconocida le había comprado en la entrada del cine parecía sin fin. La mujer, llamada Melina, la invitó a paquetes de chocolates con coca cola. Lucía entró con ella, dejándose dirigir hacia los puestos escogidos por la mujer. Se sentaron cerca de la pantalla.

Por casualidad las dos ya habían visto la película hacía años. Se trataba de una diva de ópera y un fanático enamorado de ella. A Lucía le gustaba el personaje de la novia del fanático. Era joven y tenía unos labios gruesos, siempre en posición para besos. Pero la razón verdadera porque fue a ver esa película vieja esa tarde entre semana fue porque su aire acondicionado estaba roto. El calor del verano la agobiaba. No tenía ganas de comer, de estudiar, de hacer aseo, ni siquiera de pensar. Por eso quiso meterse en un sitio helado por unas horas. Las dos eran las únicas en el cine. El frío le comenzó a picar la nariz, exacto como Lucía quería.

Melina hacía ruidos con las bolsas de dulces. Lucía despegó los ojos de la película para verla sacar un chocolate pequeño, cuadrado. Le mordió una esquinita y se demoró saboreándolo, manteniendo el resto del cuadrito entre dos dedos, cerca de la boca. Lucía la miró tanto que finalmente Melina le ofreció.

“¿Quieres probar?”

“Mmmm, pues… bueno.”

En vez de pasarle la bolsa, Melina acercó los dedos con un cuadrito de chocolate listo para los labios de Lucía. Igual como había visto a Melina hacerlo, Lucía mordió una esquina. El cuadrito se quedó suspendido cerca de su boca por los dedos de Melina, quien la miró de la cabeza a los pies mientras cometía el acto de comer chocolate. Lucía cerró los ojos y se acercó a los dedos que tenían el chocolate. Chupó chocolate y lamió dedos hasta acabar con el cuadrito que tenía crema de almendras y fresas por dentro. Estaba delicioso y quería más cuadritos y más dedos y más de esa mujer desconocida que estaba a su lado.

Con esa chupadera todo cambió. Melina se dedicó a darle dulces de a pedacito a Lucía. Y ésta se dedicó a dejarse tentar. Comía chocolates, dejando que las manos de esa extranjera recorrieran su cuerpo, mientras que el protagonista de la película caminaba las calles de Paris melancólicamente. Estaba vestida de blusa y falda indú, y no llevaba ropa interior. La tela azul pleateada brillaba bajo la luz de la pantalla.

Cuando Melina le alzó la blusa y le untó una teta con chocolate que se había derretido en su mano, Lucía ya la esperaba. Ya se le habían despertado las ganas. Melina le lamió y mordió su teta, metiéndole dedos untados de chocolate en la boca. Los metía y los sacaba, jugando con la lengua que ya la buscaba, aprovechándose del pezón endurecido. Lucía no estaba acostumbrada a comportarse así, pero sabía que mientras que no tenía calor podía hacer cualquier cosa. Además, esta situación que se le presentó inesperadamente estaba bastante sabrosa. No le importaba nada más que las sensaciones del momento. Estaba dispuesta y abrió sus piernas con anticipación.

El teatro era de los más viejos de la ciudad. Los asientos color vino eran amplios. Ya tenían marcado el molde del tracero por tanto uso. Lucía acomodó las nalgas mientras su pareja del momento se acurrucó. El espacio era estrecho y se vieron por primera vez frente a frente. Melina parecía como un muchacho con su pelo corto y vestir de camiseta con blue jeans. Le sintió el olor a agua Florida cuando le dió el primer beso suavemente. En sus ojos jóvenes Lucía le vió una chispa de aventura. La novia del protagonista pintaba cuadros surrealistas en su apartamento mientras que lo esperaba, pero ninguna de las dos se dio cuenta.

Las chancletas de cuero fueron designadas al suelo. Lucía puso sus pies descalzos sobre los asientos delante de ella, con Melina entre sus piernas. Alzó su falda con una mano y acarició su propia teta con la otra, y atrevidamente dijo:

“Quiero más chocolate, por favor.”

Melina sonrió y respondió con una manotada de cuadritos y los apachurró en su mano, haciendo una masa y suavizándola, sin despegar sus ojos del pedazo de mujer que le estaban ofreciendo. El protagonista puso un cassette de la música de su diva y Lucía movió su papaya despacio al ritmo de la canción clásica mientras la untaba de pasta de chocolate entre sus muslos rosados, sobre su vientre y alrededor de su ombligo. Lucía abrió sus piernas aún más, lo máximo posible en un cine así, cuando Melina comenzó a lamerle el cuerpo chocolateado. Quería dirigirle la lengua hacia su pepa ya endurecida, pero la otra estaba más entrenedica comiéndose el chocolate sobre su piel.

Cuando ya parecía que no había nada más que hacer con chololate, Melina sacó una barra sólida de chocolate amargo. Lucia no se imaginaba que más iba a hacer esta mujer con chocolate, pero como finalmente la tenía con su boca cerca del sexo, no iba a poner el momento en peligro con preguntas. Su deseo ya gritaba que la comieran. Sin tocarse, sabía que estaba empapada.

Posicionó su pelvis para entregársela a esta mujer ya arrodillada en el piso de cemento. Melina le pasó la lengua por el medio de sus labios. Los jaló suavemente, lo chupó todo suave. Le metió la lengua adentro, recorriéndola hasta el culo. Le saludó su pepa dura. Lucía gemía con la diva que cantaba ópera en la película. Le acarició el pelo a esta mujer desconocida dentro de sus piernas como si fuera un amor.

El público de corbata y traje de noche aplaudía a la diva en el último concierto de su gira europea. Le pidieron otra canción y ella, brillando con las lentejuelas de su traje negro, los complació. A Lucía ya se le había olvidado la última barra de chocolate negro hasta que sintió una mezcla de dedos y lengua y chocolate por el orificio de su ano. Melina siguió lamiendo y mamando su papaya mientras que le metió la la barra de chocolate por el culo. Se la metía y se la sacaba mientras que la comía. Lucía abrió sus piernas más de lo posible. Sus pies bailaban sobre las sillas y su garganta vocalizaba con la última canción del concierto de la diva. Agarró con fuerza a esta mujer de chocolate, dándole su leche dulce.

25 de julio de 1992, mayami
Publicación:

de la tierra, tatiana. “Chocolate.” ¡Perra! La Revista Nov. 1995: 14-15.