Carretera
tatiana de la tierra

Me desperté con el pelo largo de Yolanda sobre mi pecho, entrelazado exactamente como me había dormido. Estaba soñando con un cuarto lleno de televisores cuando timbró el despertador. Abrí los ojos sin ganas y apreté a mí mujer, saludándola. Ella, desnuda, dormida y calientica, me dió un gemido y un mordisco. Así nos levantavamos siempre.

Eran las cinco de la mañana. Todavía no se escuchaban los ruidos rutinarios del vencindario. Nos íbamos de viaje y el plan era salir antes de la madrugada para poder llegar el mismo día. El carro ya estaba empacado y lo único que teníamos que hacer era vestirnos. Yo quería irme lejos de ese apartamento. Ibamos a pasar una semana en las montañas en la cabaña de una amiga. Nos alistamos rápido y salimos sin desayunar.

La idea de estar en el monte con mi mujer me impulsó mientras manejaba. No me gustó levantarme tan temprano, pero encontré la mañana seductora. Estaba fresca, un estado entre oscuridad y amanecer. Pronto nos montamos en el expressway en el que íbamos a andar quince horas.

Yolanda se encargo de la música. Puso un cassette de boleros y se acomodó sobre mi hombro. Ella estaba toda dulce conmigo últimamente. Hacia meses nos habíamos separado y esta época era el reencuentro de nuestro amor. Cada día se ampliaban las posibilidades que podíamos vivir juntas. Cada día me parecía más bella. La acaricié entre sus piernas peludas mientras que ella me besaba la nuca. Sentí lo jugosa que estaba mi mujer cuando le dio por chuparme en cualquier parte. Le dirigí su boca a mi seno. Con manos delicadas me desabotonó la camisa y me chupó suavecita y con ganas, como si mis tetas fueran su desayuno.

Ya era de mañana y Yolanda me estaba sacando la leche ahí, en plena carretera. Carros con las luces todavía encendidas nos pasaban a menudo. Se me ocurrió que este viaje podía ser bien excitante. El escenario y la carretera no cambian casi por todo el camino. La única variación podría ser nuestra. Pensé en las maneras que podía explorar a mi mujer en este viaje. Entonces le dije a Yolanda, mientras que le quité la cabeza de mi pecho, “dame tu culo.”

Ella siempre sabía como responder a mis deseos. Aflojó su falda y con esfuerzo se la quitó junto con los panties y las sandalias. Dejó todo ensuruyado en el suelo y se acomodó arrodillada en el asiento con su espalda hacia mi y su cara contra la ventana. Sus nalgas estaban precisas para mis dedos. Manejé y mantuve la velocidad mientras que recorrí la piel de mi mujer desnuda y expuesta para mí. Nunca se me ocurrió que ese escenario no fuera lo natural entre las dos. A Yolanda le encantaba cuando le tocaba las nalgas y de su papaya brotaba miel con cada caricia. El carro se lleno de su olor y ella abrió las piernas muy a propósito, invitándome hacia adentro.

Me dí cuenta del ruido monótono que hacían las llantas sobre la carretera. Disminuí la velocidad un poquito para poder penetrar a mi mujer. Ella abrió la ventana y sacó la cabeza, dejando su pelo negro brillante volar en el viento. Movió su pelvis y restrego sus tetas contar la puerta. Con tanta preparacion en este viaje, no habíamos tenido sexo en tres días y yo sabía que mi amor estaba bien lista para mí. Cuando le toqué los bellos púbicos sentí lo mojada que estaba. Tenía deseos de probarla con mi lengua pero como no era posible, me unté los dedos de su nectar y la saborié así. Como no se había bañado esa mañana tenía un sabor bien fuerte, un olor punzante. Su sabor en mi boca me enloquecía de cualquier manera. Con un dedo le saqué un montoncito de leche para restregárselo por el culo. Quería, pero no me atreví, entrarle por detrás. Regresé a su vulva y la acaricié con mi mano entera. Su clítoris estaba ya crecido, un estado que yo le conocía con mucha frecuencia.

La penetré con dos dedos haciendo círculos grandes despaciosamente adentro de mi mujer. Ella le gritó su placer al viento y me habló con su vagina, apretando mis dedos. Le metí otro dedo, sabiendo que lo que ella quería era mi mano entera. Mantuve mis dedos adentro de mi amante, moviéndolos con cuidado, entrando, saliendo, y girando. Quería agarrarla, besarla y montarla y de todo más pero lo único que podía hacer era singarla ahí, en la carretera.

9 de agosto de 1992, mayami
Publicación:

de la tierra, tatiana. “Carretera.” De Ambiente Jan. 1995: 37.