Una “dura” con “filin”

Ricardo Quiza Moreno

Hace algún tiempo, en el contexto de la feria habanera del libro, se reunieron diversos representantes de las letras cubanas para asistir a un singular performance. Bajo la mirada de escritores como Antón Arrufat, Reina María Rodríguez y Nelson Simón, una gruesa dama, de voz tan visceral como su apellido gritó ¡Cállense! sustituyendo la perenne locuacidad criolla por una ensalada de música, palmadas, onomatopeyas y versos.

A veces espontáneos, a veces leídos, tales mensajes–pronunciados a escasos metros de nuestro Malecón–descubrían un temperamento dispuesto a captar la cotidianidad de estos predios, al tiempo que encarnaban un sectarismo asumido con toda la perversidad del mundo como para dar cuenta de cierta estirpe y de un modo de ser.

Lo que no sospechaba la protagonista de aquel drama poético es que sus palabras alentarían una vez más la retórica de los presentes. Recuerdo que entre los temas sugeridos estaba el de la legitimidad del nexo militancia estética.

Para las duras: una fenomenología lesbiana responde de alguna manera a esa disyuntiva, solo evidencia, sobre todo para quienes sueñan con “verdades”, estará contaminada por la categórica perspectiva de su autora quien a lo largo de su travesía poética deberá sortear el reto que supone escribir desde una filiación descolocada.

Mujer, latina y lesbiana son, entre otras, algunas de las identidades instranscendentes puestas en juego en este texto, de modo que su lectura ha de hacerse pensando siempre en antinomias que se empastan y repelen al unísono.

¿Para quién o quienes escribe Tatiana de la Tierra? En primera instancia para las “duras” (o las frágiles que en el fondo pueden ser lo mismo) y aquí les propongo adentrarnos en la zona de lo exclusivo, en el territorio marcado con orina, sitio en el que solo se reconoce el yo y el nosotras, donde se gritan los principios y donde las marcas de definición parecen formar parte de un ritual esotérico:  “cuando digo que soy lesbiana me adelanto a los que, al referirse a mí, dicen:  “es”. Pero la declaración de fe se trueca en advertencia y desdén, denuncia y amenaza contra los que “se refieren a mi”. De hecho a la poetisa no le basta con definirse a sí misma sino que se comunica con esa otredad tan beligerante como absorbente a la cual se integra para “salirse”, a ratos, de su “tribu”.

En Para las duras concurre el biculturalismo como generador de una poética del lindero, en la que los presuntos receptores(as) tendrán la posibilidad de acercarse al texto a través de dos lenguajes que en ocasiones no simpatizan, así que “lo que dije aqui” no es exactamente “lo que traduje allá”. Piensen por ejemplo en la distancia conceptual y fonética de su encabazimiento “Para las duras: For the Hard Ones” como alegoría, a pesar de todo, de una voluntad dialógica, en medio de una “zona de nadie”, en la que tal escritura se torna a un tiempo superflua y transnacional.

Provinciana y residente en el primer mundo, periférica por origin y orientación sexual y atravesada por los gestos, la lengua y la dinámica de un entorno extrañamente cómplice, Tatiana de la Tierra lidia sin remedio con los fantasmas que hacen de ella un sujeto escindido, con un discurso atávico y acunémico.

Por supuesto que la biografía adjunta al final del texto es como el epílogo poético en el que se hallan cronológicamente situados los cruces de caminos que explican la esencia transculturada de la artista y de su producción:  hacerse mariguanera, salsera, estadounidense, roquera, tortillera y pornógrafa significa aprender la doble ciudanía con trazos alegóricos y existenciales.

Pero con su Fenomenología Tatiana nos induce a emprender otro recorrido que evade cualquier alusión terrenal. De hecho lo lúcido y lo lúdico engarzan en tres eslabones de la subjetividad:  sentimental, académico y artístico. Fenomenología se torna entonces un vocable polisémico, pues entre otras cosas indica la pretensión de jugar y juzgar. Es así que la autora asuma la pose altanera de los intelectuales para legitimar un incómodo objeto de estudio, parodiando, desde el ángulo marginal, el prurito catalogador de la ciencia. Léanse por ejemplo los poemas inaugurales del libro, para percatarnos de como lo que se enuncia desborda la lógica de lo que se anuncia.

Asimismo, hay como una segunda ruta asociada más bien a un sentido hegeliano de progresión, salvo que aquí el despliegue del espíritu transcurre de lo cognoscitivo a lo corpóreo, entendiendo lo último no como mero reflejo de una praxis sensual o sexual (que claro está, constituye un signo de libertad y reconocimiento) sino como metáfora de una capacidad sensitiva.

A medida que nos adentramos en el texto van desapareciendo las nociones de totalidad y acuden los fragmentos del cuerpo (labios, ojos, manos, lengua) a conformar una estética de la lujuria. El cuerpo desmenuzado expresa quizás lo intenso y congénito del goce lésbico pero al mismo tiempo contribuye a re-instalar su condición de cosa fuera de foco que no obstante se resiste a recibir las etiquetas del imaginario colectivo:  “la lesbiana deja la huella de su pie sobre las caras de la gente”.

Detrás de ese rechazo se esconde una habilidad para trastrocar de manera constante los roles públicos y privados, porque la metamorfosis de la mariposa no es solo un síntoma de adaptación y camouflage, digamos que ese trasvestismo es una forma de asumir, desde la creación, una militancia intellectual, social e íntima para quien deja constancia en un libro escrito con razón y afecto.

Recuerdo que hace un tiempo atrás fallecia en la Habana la cantante Elena Burke. “La señora del sentimiento” como todos la llamaban, hizo suyas muchísimas piezas musicales compuestas por los genios del movimiento “filin” entre ellos Cesar Portillo de la Luz y José Antonio Méndez. Elena era gorda y salpicaba las canciones con una sensibilidad tal que parecia tener un orgasmo cada vez que subía al escenario, ella vivió como quiso y murió de amor en estos “tiempos de cólera”… o sea de SIDA. Tal vez por el parecido físico, pero sin dudas debido a esa mixture de arte, conocimiento y placer es que Para las duras me evoca una canción entonada por la Burke. Agradezco la canción, la poesía y el sentimiento que Tatiana pone a sus versos y agradezco también, que existan mujeres que pongan el talento y la vehemencia al servicio de sus semejantes.

Ricardo Quiza Moreno (1964) es historiador y ensayista cubano que a publicado en revistas académicas de Cuba, Colombia y España. Es coautor de Diez nuevas miradas de historia de Cuba (Valencia,  España, 1998), La sociedad cubana en los albores de la República (La Habana, Cuba, 2002) y El cuento al revés:  historia, nacionalismo y poder en Cuba (La Habana:  Unicornio, 2003).